La barrera de las sombras by A. S. Jacob

La barrera de las sombras by A. S. Jacob

autor:A. S. Jacob
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ciencia ficción, Novela
publicado: 1949-12-31T23:00:00+00:00


Las luces que iluminaban el interior de la gigantesca gruta se habían apagado, dejándola sumida en una suave penumbra parecida a la noche.

Apoyado en la ventana de su habitación, Carlos fumaba un cigarrillo, mientras contemplaba

las vagas siluetas de los cercanos edificios. No tenía sueño. Su cerebro repasaba loa' acontecimientos retrospectivos y notaba algo en ellos que no encajaba bien. Pero, ¿qué era?

Un pequeño estruendo al fondo del pasillo donde daba su habitación le hizo prestar atención. Se escuchaba el rumor de lucha y voces apagadas.

Con paso rápido se encaminó a la puerta y la abrió de un tirón.

Un hombre saltó sobre él, empujándole sin miramientos, y cerró la puerta a sus espaldas, pasando el pestillo de seguridad.

El piloto se aprestó a la lucha, dispuesto a caer sobre el intruso, pero éste, dijo en voz baja:

—¡Quieto, amigo! ¡No intento hacerle daño!

—¿Que no?—preguntó Carlos que se había golpeado la espinilla contra un banco y sentía un intenso dolor.

—No, si es usted amigo de mi hermano Silver.

—¡Red Allowahy!—silbó asombrado el piloto—. Pero, ¿no cayó en territorio de los monstruos? Eso nos dijeron aquí.

—Sí, es cierto. Estos sapos encontraron lo poco que Kruno dejó de mi nave, pero yo ya estaba en el poblado de los hombres-rana. Después fue cuando me capturaron los esbirros del Jerarca.

—No le entiendo ni palabra. ¿Cómo no se convirtió en monstruo?

—Kruno no dejó que me quitase el traje de vacío. El fabricaba el aire que necesitaban mis “termo-pulmones”.

—Pero... pero...—la estupefacción del piloto iba en aumento.

—No podemos perder tiempo. Debe usted llegar hasta el poblado de Kruno y comunicarle que el Jerarca tiene una nueva nave, capaz de sacar de aquí a todo su pueblo, si mi hermano y ese profesor le aplican los adelantos de la que les trajo.

—Pero, ¿quieres decirme qué es todo ese galimatías?—dijo Carlos amoscado—. ¿Por qué el Jerarca y Zoltán nos negaron que estaba usted en la ciudad?

—No podían decirles que me tenían encerrado en los sótanos de este edificio por negarme a colaborar en sus planes.

—¿Qué planes?

No pudo contestar el hermano de Silver Allowahy. La puerta saltó de sus goznes bajo el tremendo empujón de los soldados que acompañaban a Zoltán, y éste penetró en la estancia.

—Una bonita reunión, señor Maston—dijo sarcástico.

—Escuche, Zoltán—dijo el piloto, avanzando hacia el Consejero, sin importarle las armas con que lo encañonaban los soldados—. ¿Por qué motivo se nos negó la presencia en la ciudad de este hombre?

Rió Zoltán cínicamente, mirándolo burlón.

—Por la misma causa que mañana sus amigos se enterarán que usted ha salido de viaje a una de las ciudades-nervio de Nueva Fénix para...—hizo una pausa antes de añadir—ponerse al frente de la explotación de una mina de metales.

Carlos adivinó en la mordacidad de las palabras el verdadero sentido de la frase. Y si no lo hubiese entendido, la voz suplicante de Red Allowahy lo hubiese sacado de dudas:

—No se deje engañar. Lo encerrarán como a mí, o ahora que ya tienen a mi hermano y al profesor, lo lanzarán al exterior sin protección contra las radiaciones.

—Muy listo, mi querido amigo—dijo Zoltán—.



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